Ariel Orellana Araya[1]
Muchas y muchos quienes hoy se organizan en los territorios, seguramente no recuerdan los efectos que produjo en la vida de nuestros viejos y viejas la crisis de principios de los 80 en plena dictadura cívico- militar, donde el PIB del país se redujo un 14,3 % y el desempleo aumentó al 23,7 %. El hambre y la represión estaban a la orden del día, la crisis económica acompañada del terrorismo de Estado tuvo un impacto brutal para nuestra clase trabajadora.
Hoy la cosa no es tan distinta, vivimos una crisis del capitalismo que ha producido desempleo y precarización laboral y una crisis sanitaria que tiene más de 7 millones y medio de contagiados en el mundo y cerca de 500 mil fallecidos. La muerte ronda entre quienes no tienen nada más que su fuerza de trabajo para vender, y por su parte, los dueños del poder y la riqueza y su gobierno patronal, a través del parlamento han legislado para asegurar a las grandes compañías y hacer pagar la crisis a las y los trabajadores, convocándose para un nuevo acuerdo nacional, el cual seguramente (al igual que el de noviembre pasado) viene a salvar al gobierno, a oxigenar las ahogadas instituciones del poder y castigar y golpear con dureza a nuestro pueblo.
La respuesta por parte del gobierno de Piñera y de las y los Alcaldes no es otra que la contención de la movilización y el asistencialismo. Los escasos bonos que paga el gobierno son descontados por los bancos, las canastas de alimentos no alcanzan ni para cubrir la mitad del mes, las leyes que, según ellos se promulgan para apoyarnos, solo protegen a los intereses de la burguesía, al parecer a las autoridades solo les interesa aparecer en los noticieros y matinales, donde se juegan la próxima campaña electoral, demostrando una vez más sus intereses mezquinos y sus verdaderas intenciones.
Pero la vida continúa, se tiene que seguir “parando la olla” a pesar de no tener trabajo, el pueblo debe ingeniárselas para conseguir un par de “lucas”, a pesar de la cuarentena y la militarización de nuestras calles. El hambre y la miseria campean en nuestros territorios, y a su vez, la expresión del patriarcado en la vida concreta de nuestras compañeras se ve aún más intensificado; el teletrabajo, la implementación de la ley de protección al empleo, entre otras medidas, vinieron a profundizar las diferencias de género y además la violencia hacia las mujeres. De acuerdo al Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, los llamados al fono de orientación de violencia contra la mujer se incrementaron en un 80% desde el inicio de la cuarentena.
A pesar de todo lo anterior, como hace más de 40 años, e incluso desde las primeras organizaciones de la clase obrera, por allá en 1900 en las salitreras, la respuesta por parte de la clase trabajadora ha sido la organización y la solidaridad de clase. Por todos lados se multiplican las ollas comunes para intentar resolver el hambre de nuestro pueblo, se visibiliza el trabajo de los círculos de mujeres que enfrentan el bestial y oculto avance de la violencia patriarcal que en épocas de encierro se ha intensificado, los comités de cesantes que ya agrupan a cientos y cientas de las que han perdido la pega exigiendo pan, trabajo, salud y techo. Las organizaciones populares que hoy mutan y se transforman en equipos de sanitización para frenar el avance del coronavirus COVID 19 y en recolectores de alimentos para las canastas solidarias que se entregan a las familias más golpeadas por la crisis, son parte del conjunto de herramientas organizativas con las cuales las y los trabajadores en los territorios buscan dar respuesta a la verdadera pandemia: el capitalismo y su actual crisis.
Pero también la rebeldía y la protesta popular comienzan a aparecer; las enseñanzas del alzamiento popular de octubre quedaron grabadas en la conciencia del pueblo y la respuesta a la ofensiva patronal y al hambre ha sido tan radical y masiva que a ratos nos recuerda que seguimos viviendo bajo la dictadura del capital. Las protestas en El Bosque, La Pintana, Villa Francia, La Florida, Maipú, La Pincoya entre otras comunas de Santiago y en Arica, Antofagasta, San Antonio, Punta Arenas son la chispa que encenderá la pradera.
Desde los territorios, tenemos grandes tareas por delante: seguir levantando más y más organización popular para dar respuesta al hambre y luchar por los derechos, fortalecer la protesta popular a través del desarrollo de brigadas de autodefensa, articular a todas y todos quienes están luchando contra la bestia capitalista a través de un bloque clasista que impulse no solo la lucha y el pliego de demandas, sino que también la construcción de un programa revolucionario que dibuje el nuevo orden que tanto anhelamos.
Por último, las y los clasistas debemos desde los territorios y de forma consciente preparar las condiciones para impulsar un nuevo alzamiento popular que coloque por delante el pliego del pueblo y que permita aportar a la histórica tarea de la reconstrucción del campo popular y clasista y a la construcción del poder popular.
[1] Trabajador Social, Magíster en Gobierno y Gestión Pública, (E), Diplomado en Desarrollo y Pobreza; Enfoque de Género en las Políticas Públicas y Elaboración y Evaluación de Proyectos Sociales
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