VISIÓN DE UN PROFESOR
Sentarse a redactar sobre la contingencia es complejo, no porque la temática sea difícil de desarrollar, sino porque ¿Quién lo leerá? ¿Dónde lo divulgo para darlo a conocer? Esto es lo triste. Espero que alguien lo publique y algunos lo lean.
Quiero referirme, en forma muy concreta, a lo que está hoy ocurriendo en educación; sí educación, un término tan manoseado del cual todos opinan, pero muy pocos deciden o se dan cuenta objetiva de lo que realmente ocurre.
Hoy muchos profesores están movilizados y esto ha provocado un sinfín de dificultades: ¿cuántos profesores decidieron ir a paro y otros no en un mismo colegio?; ¿cuántos directores no han participado o no han sabido guiar este proceso y se han producido quiebres en la comunidad educativa?; ¿cuántos colegios municipales están con sus docentes en paro un 100% y otros están trabajando en un 100%?, porque han planteado que la prioridad son sus alumnos; ¿cuántos docentes, que no son municipales, se sienten incómodos por no poder participar, cuando escuchan en la calle a los profesores luchar por una carrera docente justa que también los afecta?, más aún si en sus colegios no se les da la instancias para discutir sobre el tema y/o cuando un alumno de su clase le pregunta sobre lo que ocurre y no sabe o no quiere responder; ¿cuántos estudiantes y apoderados plantean que los profesores deberían preocuparse de hacer clases y no estar descansando, por decirlo de forma suave?
Si el discurso público señala que la educación permite el desarrollo intelectual, espiritual, moral y social de las personas, por qué existen tantas posiciones diversas y contradictorias sobre este tema, como las planteadas, en un momento en que se pretende proyectar una política educativa que nos afectará en las próximas décadas. ¿Será que lo paradójico de esta Reforma, en general, es que se tiene que hacer con los que hemos sido contaminados por los paradigmas de la misma educación que deseamos cambiar? Si fuera así, es un complejo escenario, ya que somos parte de aquellas generaciones que recibimos una educación descontextualizada, sin derecho a opinar sobre lo que ocurría en nuestro país, se nos inculcó que al colegio o a la universidad se iba sólo a estudiar, se demonizó la política, la filosofía, las ciencias sociales, la educación cívica y el derecho a manifestarse y organizarse. Por lo tanto, ahora sólo se están recibiendo los resultados de dicha educación. Razón tienen los países desarrollados cuando proyectan una política educativa a largo plazo (30 ó 40 años), ya que es en este período cuando se empiezan a obtener los frutos, frutos que estamos cosechando y que no son, precisamente, los que plantean esos países, sino todo lo contrario: somos individualistas, competitivos, indiferentes a las necesidades de otros, exigimos derechos y olvidamos nuestros deberes, desconfiamos de todo y somos incapaces de unirnos para lograr un bien común como la educación, salud y una jubilación digna (nos conformamos con vivir con un tercio de nuestro sueldo).
Llama la atención que cuando se habla de “calidad de la educación” (concepto más bien cercano a un proceso productivo, que a la formación de personas), la mirada se centra en la municipalizada, ¡qué irónico!, ya que los que dirigen este país no son, precisamente, los que se educaron en estas instituciones, sino en aquellas, que según ellos, sí son de “calidad”. Será por eso que estamos como estamos, será por eso que nuestras autoridades solicitan a los profesores que desarrollemos en los niños y jóvenes la comprensión lectora, la resolución de problemas, la formación espiritual y ética, la participación y vida en democracia y, al mismo tiempo, ellos mismos transgreden valores, no son capaces de resolver, en 25 años, los problemas de la ciudadanía y si lo hacen son reactivos (ley Zamudio, Ricarte Soto, Emilia); son cortoplacistas, formulan políticas de gobierno y no políticas de estado; no aceptan la participación y democracia que pregonan de la ciudadanía, en la formulación de los diversos proyectos. Son los “productos de esta educación”, políticos y técnicos, los que prometieron mejorarla, pero no sólo la mantuvieron, sino que la agravaron y, lo que es peor, los efectos negativos de sus propias medidas no les ha llevado a pensar que el modelo de la competencia y del mercado no son las causas, sino que han sido excusa para abrir más mercados: el de la calidad, de la evaluación docente, de las ATEs, de las asesorías y preuniversitarios. Por lo tanto, a resultados insuficientes, mayor necesidad de ajustes técnicos y, por ende, más recursos capturados por ellos y sus instituciones, recayendo todo este peso en los docentes y estudiantes.
Qué triste es que quede en la historia que alumnos (los de la Revolución Pingüina) iniciaron todas estas reformas y que nosotros, como adultos responsables, no fuimos capaces de encausar este proceso y, más aún, decidirán sobre este tema, una clase política transversalmente desacreditada; qué triste es escuchar a un joven del Instituto Nacional, en su discurso del año 2012, despedida de Cuarto Medio, decir: “Y es porque dentro de todo lo yermo, aún existen pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se puede confiar una palabra más allá de la materia oficial, profesores que entienden la educación más que como un ‘motor de ascenso social’ y que conciben al colegio más que como un preuniversitario de 6 años”.
Vienen situaciones complejas en lo educativo, como el proyecto que está en curso, Carrera Docente, y el de la Desmunicipalización, que incidirá directamente en los alumnos, docentes y asistentes de la educación. Colegas, debemos ser capaces de estar unidos, a pesar de nuestras diferencias, para poder enfrentar estos cambios, cambios que afectarán a generaciones, y que lamentablemente, los que lideran estos procesos, que son los mismos que nos piden formar ciudadanos, no quieren o no les conviene escuchar una visión diferente a la de ellos.
Jaime A. Olivares Yévenes
Profesor – San Carlos – Ñuble
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