En Chile, hace algunos meses, cuando el pesista nacional Arley Méndez Pérez –nacido en Cuba- era promovido como deportista del año, un exatleta que ahora sesiona en la Cámara Baja rasgaba vestiduras por su nominación.
En la Copa del Mundo, tras el silbato final del árbitro Néstor Pitana, todos nos cuestionamos las razones por las cuales la selección de Francia se quedó con el trofeo. Más allá de los aspectos futbolísticos -que dicho sea de paso, son innegables y admirables independiente del paladar futbolístico que pueda tener cada persona-, hay un rasgo evidente en esta gesta: la diversidad de orígenes, razas, etnias, credos y colores de los jugadores galos.
Una vez más, el fútbol, en su calidad de fenómeno social, nos muestra todo aquello que algunos queremos para nuestro Chile y nos enseña el camino a seguir.
Hoy, cuando la inmigración se ha convertido en el gran conflicto del último tiempo y cuando los que tuvimos la suerte de nacer en un país un poco más estable vemos con temor y recelo al inmigrante que llega y “amenaza” los pocos y superficiales beneficios conseguidos hasta aquí, el fútbol nos enrostra que la integración no es sólo posible, sino también necesaria para alcanzar nuestros objetivos.
En el caso francés, en específico, se conjugaron políticas migratorias medianamente modernas -no exentas de problemas internos- con un grupo de extranjeros que alguna vez aterrizaron en suelo francés con ganas de surgir. Así, los hijos de las familias Mbappé, Kanté y Pogba se pusieron al servicio de un proyecto común con sus pares que no tienen orígenes africanos, como Lloris, Giroud o Deschamps, quien comandó el éxito desde la banca técnica del equipo.
Hoy nos toca ver por televisión a la multitud francesa agolpada en los Campos Elíseos, celebrando bajo el ¡allez les bleus! de siempre, sin importar las raíces de las familias de sus ídolos, ahora consagrados como campeones del mundo. Me imagino que incluso la ultra nacionalista Marine Le Pen, que antes del mundial criticaba la falta de “franceses” en esta selección, también debe estar celebrando.
En Chile, hace algunos meses, cuando el pesista nacional Arley Méndez Pérez –nacido en Cuba- era promovido como deportista del año, un exatleta que ahora sesiona en la Cámara Baja rasgaba vestiduras por su nominación.
He de esperar que de una vez por todas, se considere a los inmigrantes a propósito de su entereza y el coraje que demuestran por cumplir sus sueños, asunto vital para dar cuerpo al Chile que demanda el contexto político-social que nos rige.
Con este antecedente, y en medio del jolgorio por la victoria de la Francia multirracial, me ilusiono con un Chile en donde el que adopte la patria como suya sólo tenga que dar explicaciones a la ley en caso de incumplirla, pero en ningún caso por sus orígenes.
Tomado de http://www.theclinic.cl/
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