“Te vamos a matar, déjate de “hueviar” por el agua” | Entrevista a Verónica Vilches, defensora del agua en Chile
El lunes 7 de junio los muros de la oficina del Comité de Agua Potable Rural (APR) San José, Cabildo, comité que Verónica dirige, amanecieron rayados con la frase “Muerte a Verónica Vilches”. Es la segunda vez en cuatro meses que recibe la misma amenaza, pero han habido más, asegura. Las razones, según precisa Front Line Defenders, son “por defender el acceso al agua en su territorio y llamar la atención pública sobre los impactos negativos de la industria agrícola en la provincia”.
Verónica del Carmen Vilches Olivares aprendió desde muy chica el talento de calcular, con tan solo oír el canto de las aves, a qué distancia están de su casa las personas que se aproximan a ella. “Si los pajaritos cantan por el lado izquierdo es porque la persona viene por el lado derecho. Y según el cantar de ellos, yo calculo los 500, 600 metros que viene”, dice. “Es una gracia que yo tengo”, asegura por teléfono desde su casa en San José, Cabildo, una de las comunas de la provincia de Petorca, lugar ícono de la crisis por el agua en la zona central de Chile.
La casa de Verónica es la misma donde ella nació y creció junto con sus 17 hermanos, pero ya no se ve igual al hogar de su infancia. Desde hace unos 20 años que ningún ave canta al acercarse alguien a su puerta porque “hasta a los pájaros se los llevaron”, dice.
A sus 50 años, Verónica se recuerda a sí misma acompañando a su papá a sembrar papas, maíz, trigo, cebollas, choclos, zapallos, perejil, cilantro. Recuerda los árboles frutales de su casa, los nogales y los almendros del pueblo, el sonido crujiente de las sandías al partirlas, el olor dulce de los melones. Se recuerda a sí misma yendo por la mañana temprano, antes de ir a la escuela, a recoger algo de leña en el campo para la casa, bañándose en el canal que regaba los sembradíos, cruzando el puente sobre el río que en invierno y verano llevaba agua.
Verónica, hija de campesinos, recuerda una abundancia que ya no está. “Teníamos vacas, teníamos terneros, pero la sed se lo llevó todo”, dice.
El canal donde se bañaba, hoy es una zanja polvorienta y el puente que cruzaba todos los días se ha convertido en una estructura inútil porque el río no existe.
Las razones y los responsables de la sed de Petorca no son un secreto. Ya han sido investigadas, nombradas y discutidas por organizaciones de la sociedad civil como el Movimiento de Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (MODATIMA), del cual Verónica es parte, y también por el instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). “La escasez hídrica no se debería solo a la falta de precipitaciones y sequía en la zona”, concluyó el INDH luego de una investigación, sino también “al cambio de uso de suelos que generó la agricultura”, señala.
Lo único verde en Cabildo son los cerros que a lo lejos se fueron poblando, desde mediados de la década del 90, con extensas plantaciones de paltos en manos de cuatro familias que concentran el agua en el territorio.
“El otorgamiento de derechos de aprovechamiento de aguas en cuencas extinguidas y la priorización de la función productiva del agua por sobre el consumo humano”, son las causas de la desaparición del agua en Petorca, dijo el INDH. La Comisión de Recursos Hídricos en la Cámara de Diputados y del Senado ratificaron más tarde las denuncias pero para los habitantes de Cabildo y las demás comunas de la provincia todo sigue más o menos igual.
“Nuestra vida, nuestra calidad de vida se la robaron ellos”, dice Verónica.
—¿Cómo era esa vida?
—El agua venía del río Ligua y se repartía por los canales de regadío. Mi familia usaba el canal del bajo y el canal del medio que le llamaban. Yo nunca conocí la playa, el mar, pero nos bañábamos ahí. Hacíamos una poza y nos bañábamos en el canal. Lavábamos la ropa, le dábamos agüita a los animales y regábamos lo que plantábamos: papas, cebollas, lechugas, choclos, sandías, melones, naranjos, manzana, peras. Teníamos también en el campo nuestras propias vacas que nos daban leche, queso, mantequilla. Hacíamos manjar y preparábamos nuestros propios postres, como el arroz con leche.
Con todo eso hacíamos trueque. Por ejemplo, si nosotros teníamos lechugas y el vecino tenía cebollas intercambiábamos los productos. Si otro tenía sandías, la cambiaba por melones, o por cebollas o por papas.
También íbamos al río a pescar pejerreyes y en la orilla se juntaba la verdura que salía ahí: el berro, la acelga y las hierbas que uno tomaba cuando se enfermaba, como el boldo o el toronjil.
Trabajábamos y vivíamos en el campo. Jugábamos a la pelota a pies pelados, pero éramos felices. Teníamos nuestra paz, nuestra tranquilidad hasta que llegaron ellos.
—¿Quiénes?
—Los terratenientes. Estamos hablando de 1995 más o menos. Nosotros teníamos nuestras propias norias (pozos) y teníamos agua en calidad, cantidad y continuidad. Pero con la llegada de los terratenientes a nosotros se nos empezó a desaparecer el agua, porque ellos empezaron a hacer pozos profundos y a hacer acumuladores gigantes de agua sin importarle nuestra calidad de vida, nuestro territorio, nada. Todo se secó, todos los canales se secaron porque ellos se llevaron el agua a los cerros, arriba.
—¿De dónde sacan ahora el agua?
—A nosotros nos entrega el agua la municipalidad de Cabildo. La traen en camiones aljibe. Llevamos más de 12 años así y ha sido complicado porque nos entregan 20 mil litros diarios y somos mil personas aproximadamente en la APR. O sea que por persona son 20 litros al día. Esos 20 mil litros llegan a la planta de agua potable y ahí se controla que esté en buenas condiciones. Después se bombea a un estanque que está a unos 30 minutos subiendo el cerro y desde ahí, por gravedad, se distribuyen hacia las casas por tuberías. Todos sacan su cantidad y no pueden pasar el límite para que todos tengamos agua. Para eso se usa la conciencia y el criterio. Tienes que tomar la decisión de en qué la vas a ocupar. Después vemos cuánto gastó cada casa y según eso se paga un monto para que podamos pagar la luz que abastece la bomba que tira el agua hacia arriba, al estanque.
—Cómo te convertiste en presidenta del Comité para el Agua Potable Rural San José
—A mí no se me ocurrió. La gente me pidió ser presidenta. En el directorio tenemos presidenta, tesorera y secretaria y todos hacemos el trabajo de forma voluntaria. Mi función, como yo soy analfabeta con el tema de la tecnología, es andar en el terreno. Eso es lo que me gusta. Verificar que todo ande bien. Cuando hay un problema ir a solucionarlo, no importa la hora. Me tocó aprender lo que es un tablero eléctrico, los relojes de presión, saber cuál es la cantidad de cloro que debe llevar el agua para potabilizarla, su pH, qué hacer cuando se rompe una válvula de compuerta, cuando el agua viene con coliformes fecales, porque ya nos ha pasado que viene contaminada. Saber cuándo un estanque está vacío, cuándo está lleno, cuál es la cantidad de vueltas que debe tener una válvula. Tuve que aprender todo eso desde cero, desde la parte hidráulica hasta la parte eléctrica.
—¿Cómo deciden en qué se ocupa el agua?
—Vemos las primeras necesidades. Que a la gente no le falte agua para los medicamentos, preocuparse de que los niños sí tengan, del lavado de las mamaderas, el lavado de dientes. Reutilizamos el agua que usamos para bañarnos, la que se ocupa para lavar la loza y la ropa. Toda esa la reutilizamos para los baños y para regar los arbolitos que quedan. Pero hay un montón de cosas para las que no hay. A nosotros nos obligan a tener el perro con su carné, con su vacuna pero el perro no tiene derecho al agua. Por eso ahora en Cabildo no hay vacas, ni caballos, no hay ovejas, no hay cabras, no hay nada.
—¿La tierra que sembraban todavía la tienen?
—Seguimos teniendo esa tierra. Tengo limones, tunas, algunas matas de membrillo. Son árboles que yo creo que por ser viejitos tienen la raíz muy larga. Todo eso es para el autoconsumo y hacemos trueque con algún vecino que nos viene a ofrecer otra cosa. Pero ya no podemos ser autosustentables como antes. No hay agua y tenemos que comprar la comida, pero a veces cuesta porque es tan caro.
—¿De dónde viene el dinero?
—A mucha honra yo trabajo aunque tenga que recoger piedras, barrer, cualquier trabajito. Porque a nosotros como dirigentes tampoco nos van a dar trabajo, porque si nos tratan de ecoterroristas ¿quién nos va a contratar?. Así nos acusan porque acá hablar del agua es ser comunista, rojo pintado de verde. El último trabajo que tuve fue limpiando arbolitos. Sacar la maleza y picar despacito la tierra para echar el agüita. Pero con esta pandemia estaríamos sobreviviendo mucho mejor si nosotros tuviéramos el agua en el canal. Podríamos regar, tener nuestra propia fruta y verdura y no estar en la calle.
Las amenazas
—¿Cuándo fue la primera amenaza?
—¿En las paredes?
—La primera que recibiste, ¿has recibido más?
—He recibido muchas, muchas, en exceso. En febrero pasado la planta de tratamiento de agua potable amaneció un día con las paredes rayadas. El mensaje era el mismo que el de hace dos semanas: «Muerte a Verónica Vilches». Me afectó mucho al principio.
—¿Cómo?
—Perdí la voz como cuatro horas. No hablaba. Quería llorar y sentía un nudo en la garganta muy fuerte. Esta vez no le di importancia, porque ¿qué más da? Más importante es enfocarme en mi familia, en mi comunidad y en mi territorio.
—¿Qué otras amenazas has recibido?
—Me han venido a visitar a la casa, me han tratado de todo, me han gritado, me han seguido en moto haciéndome señales de muerte. Eso fue hace como tres semanas atrás. Estaba en la planta del agua potable. La operadora me avisa que había unos tipos afuera en una moto. Yo al acercarme le dije que se quedara tranquila, que no hiciera nada, porque uno no sabe si están armados. De repente aparece otro tipo, se sube a la misma moto, levanta la cabeza y se pasa la mano por el cuello. Me han seguido en vehículo, me intentaron atropellar. Hartas cosas. Hostigamientos para que yo no hable. En principio a uno le afecta, pero con el tiempo uno dice, ¿qué más da?
—¿Sabes quiénes son?
—No, son personas extrañas. Nunca las había visto acá. El pueblo es chico y todos nos conocemos. Además usan lentes, vehículos sin patente.
—¿Has denunciado?
—Sí, pero por lo general no se toman en cuenta porque me dicen: ¿tiene el número de patente?, ¿cómo era? Pero es imposible que uno vea la patente porque queda en shock. Es imposible que pase un vehículo encima tuyo y que saques el teléfono para grabar. Salvo que vayas con la cámara encendida. Pero yo no me imagino andar todo el rato con cámara. No, yo hago la vida normal.
—Cuando te han gritado, ¿qué cosas te han dicho?
—Concha de tu madre, te vamos a matar, déjate de “hueviar” por el agua. Nos dicen de todo, pero mi fortaleza que desde chiquitita me enseñó mi padre es siempre estar de frente, pase lo que pase. Solamente creo en Dios y él sabrá hasta cuándo.
—¿Qué te dice la gente del pueblo?
—La gente acá no habla porque tiene miedo a perder su trabajo. Muchos me dicen la felicito, pero no le diga a nadie porque nos cuesta el trabajo.
—¿En qué trabaja la gente que podrían despedir?
—No importa el lugar. No pueden hablar porque es un tema cerrado. Son temas que no se tocan. Si hablas de agua acá vienen los problemas. Recibes amenazas, amedrentamientos, acosos de toda índole. Yo en mi caso soy mal mirada, me han tratado mal, pero lo importante es afrontarlo con dignidad, jamás de rodillas. Nosotros lo que queremos es que nos regresen el agua. Que regresen el agua a nuestra cuenca, a nuestro río, a nuestra naturaleza.
Imagen principal: Verónica Vilches. Foto: Amnistía Internacional
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