El país ha protagonizado un amplio debate frente al próximo e histórico Plebiscito del 25 de octubre próximo, en el que la ciudadanía está convocada a pronunciarse por el Apruebo o Rechazo a una Nueva Constitución, y por el mecanismo para la elaboración de esa eventual Carta Fundamental.
En el marco del llamado a tomar posición frente a esas opciones, se ha observado que un sector del mundo evangélico y protestante ha salido a pronunciarse por el Rechazo, pero –lo que estimo resulta grave– ha pretendido atribuirse el monopolio de la representación de las Iglesias evangélicas y sugerir que su postura en materia política contingente está escrita en la Biblia y que los partidarios del Apruebo serían una especie de siervos de Satanás.
Frente a estos hechos, más que intentar formular una reflexión teológica, me parece más apropiado compartir el testimonio personal.
Desde niño, fui formado en el seno de una hermosa familia de pastores evangélicos de línea pentecostal, específicamente en la Iglesia Pentecostal Apostólica, de aquellos que creen en el derramamiento del Espíritu Santo. Soy una persona agradecida de esta Fe y sus principios. Allí aprendí que el amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente relacionados y son inseparables, comprendí que Dios no hace acepción de personas, y tomé conocimiento de que son bienaventurados aquellos que tienen hambre y sed de justicia, porque la paz es el fruto de la justicia.
Conocí una comunidad de hombres y mujeres honestos, esforzados, asentados entre los más pobres y desheredados de la tierra, y conocí de su historia de discriminación, en que ni siquiera tenían derecho a un cementerio, por parte de la entidad eclesiástica dominante y de los conservadores que eran entonces su representación política. También supe que los demócratas progresistas siempre estuvieron disponibles para generar espacios crecientes de libertad religiosa y de conciencia, desde la promulgación de las Leyes Laicas hasta la Ley de Culto.
Junto con mi esposa e hijos tenemos una quinta generación en esta senda.
El intento de imposición hegemónica de la opción Rechazo por parte de algunas personas y expresiones evangélicas, atribuyéndose una representación total de este mundo religioso, distorsiona la diversidad del pueblo evangélico. Además, no ayuda a desarrollar un debate con respeto a la pluralidad propia del país y cautelando que la argumentación se desarrolle teniendo siempre presente el imperativo de la fraternidad, la justicia y el amor por nuestro prójimo, sin descalificaciones y sin odio.
El Pastor y Siervo de Dios Martin Luther King señaló: “La verdadera medida de un hombre no es su posición en circunstancias convenientes y cómodas, sino su posición en tiempos de desafíos y controversias”.
Desde nuestra historia y ese legado, somos de aquellos que el 25 de octubre votaremos por el Apruebo y optaremos por una Convención Constitucional, tal cual como mi abuelo Pastor Evangélico Pentecostal votó por el NO en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, sin prestar oído a las campañas del terror de ese tiempo y sin miedo, sin odio y sin violencia.
Hoy tenemos Fe en Chile y su destino. La tolerancia y el diálogo constituyen las bases para la construcción de un país con democracia, libertad de conciencia y justicia social.
Como lo entonamos a viva voz en tantas ocasiones: ¡Firmes y Adelante!
Por Marcelo Cárdenas. El autor es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Magíster (c) en Ciencia Política y Pensamiento Contemporáneo. Es Vicepresidente Nacional del Partido Progresista de Chile. ´
Publicado por Crónica Digital.
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