Siguieron el “Plan B”, instalarse en Minas del Prado para crear un foco armado opositor.
La micro Ford, redonda, era de esas color verde agua que había antes, en la década del 60. Estaba estacionada en el predio de su dueña, Uberlinda Otárola, quien fue visitada en la noche del 14 de septiembre de 1973 por cuatro jóvenes de no más de 22 años. Estaban armados.
Eran Jorge Vera González, Luis “Flaco” Veloso (electricista) y Fernando Carrasco, un chofer de taxi. Le dejaron más que claro a la mujer que la micro se la llevarían sí o sí.
“Fue expropiada, porque decir robada suena mal”, dice Uldarico “Perico” Carrasco, uno de los 15 miembros del MIR que abordaron el transporte con destino a Minas del Prado, lugar donde según les había comunicado del partido, los estarían esperando con armas y un grupo de trabajadores agrícolas para iniciar una resistencia que contribuiría a evitar que el golpe de Estado lograra retirar a la Unidad Popular del Gobierno.
Uldarico es el mismo que el pasado lunes asistió a la exhumación del cadáver de su hermano, Fernando, el taxista, quien iba al volante de esa micro cuando fueron recibidos a balazos por el personal de Carabineros del retén Niblinto.
“Perico”, junto a Jorge Vera y Luis Romero Lagos (detenidos en septiembre de 1973 y exiliados a Holanda) se reunieron con LA DISCUSIÓN para recordar el minuto a minuto de ese viaje que se inició como un “sueño de juventud” y terminó como un trágico y letal fracaso, que les mostró con frialdad que la Unidad Popular se hundió para no volver a flotar jamás en el país.
“Había dos planes. El primero era quedarnos en este sector de Ultraestación, donde estaba la toma ‘Por la Razón y la Fuerza’, que tenía a hartos compañeros del MIR; además habían silos con trigo y unas bodegas de la Empresa de Comercio Agrícola (ECA) donde había de todo. Ahora, si no se podía, ya teníamos vista la micro y sabíamos que eran 15 los designados por el partido para partir a la precordillera. No todos sabíamos a qué parte exactamente, una vez en la micro nos iban a decir”, recuerda Luis Romero Lagos, apodado el “Oso”, por su contextura, actual presidente de la agrupación Verdad y Justicia de Chillán.
Un día llegó un vehículo pequeño. Se bajó una persona a quien solo conocían por el apodo. Abrió el portamaletas y sacó dos revólveres, dos pistolas Mauser Prima, una pistola alemana calibre 38, una P31, un cajón con granadas caseras, una escopeta, tres rifles y un fusil M1. Ese era todo el arsenal con el que se supone deberían hacerle frente a las Fuerzas Armadas.
“Era ridículo, pero lo que pasó es que cuando ocurrió el golpe, todos los políticos que se supone que nos iban a organizar y a proveer de armas, se arrancaron sin pensarlo. Se supone que dentro del Ejército también habían elementos disidentes que se rebelarían y nos iban a colaborar, pero tampoco se manifestaron”, recuerda Vera González.
Parte la micro rumbo a la muerte
El plan B se ponía en marcha. Le cortaron los cables telefónicos a la dueña de la micro del recorrido Irene Frei - Escuela Normal, le dijeron que sería abandonada intacta cerca de Niblinto y se la llevaron hasta dejarla tras la estación de trenes.
La misión era que a las 23.00 horas sería abordada por los primeros cuatro miristas, quienes recogerían al resto en el puente Cato.
Por órdenes superiores del MIR, quien quedaba a cargo del grupo era un joven de 22 años, llamado Rubén Varas Aleuy (quien se hacía llamar Nelson Ugarte), “pero él no tenía ni la experiencia ni la instrucción militar que teníamos varios de los otros compañeros que íbamos arriba. No fue la mejor decisión, pero había que acatar las órdenes”, comentó Vera.
Y comenzó el sinfín de errores.
En primer lugar, los tramos hacia el Puente Cato nunca quedaron muy claros y los grupos se perdieron en el camino, lo que los retrasó al menos unas cuatro horas del plan original.
Una vez todos arriba, quien debía manejar la micro era el “Flaco Electricista”, sin embargo, confiado en su experiencia como chofer profesional, Fernando Carrasco tomó el volante, apagó las luces y se fue a máxima velocidad por la variante Nahueltoro para llegar a un cruce ubicado a no más de 50 metros del retén de Tres Esquinas, donde fueron vistos por los carabineros que ya estaban parapetados tras unos sacos de arena.
La dueña de la micro ya había avisado de la “expropiación” y en todas las unidades buscaban a la “micro llena de extremistas armados”. Sin embargo, los uniformados no abrieron fuego.
“Era obvio que iban a avisar a Niblinto, así que propuse a viva voz desviarnos por Calabozo. Lo malo es que el compañero que iba a cargo dijo que no, porque estábamos demasiado retrasados y pensó que si en Tres Esquinas no les habían hecho nada, en Niblinto tal vez tampoco. Pero se equivocó”, recordó “Perico”.
Cuando la micro estaba por cruzar el retén Niblinto, sienten la primera ráfaga de balazos. El primero en ser herido fue Fernando, a quien hicieron reposar en la pisadera. Más tarde sería llevado al retén, interrogado, torturado y muerto por el capitán José Jara Donoso, de la Sexta Comisaría de Chillán Viejo, quien habría descargado una ráfaga con su subametralladora en el estómago del taxista.
“Mi hermano me pedía ayuda, pero yo estaba atrás y las balas eran tantas que no podía ni moverme”, recuerda con pesar “Perico”, quien bajó por la puerta trasera, mientras Vera disparaba para forzar a los carabineros a parapetarse y cesar por algunos segundos la balacera.
Los pasajeros armados descubrieron que las granadas que llevaban no funcionaban y que el M1 que le pasaron al “Oso” Romero, encargado de proteger al grupo, estaba descompuesta. “Me paré, disparé tres veces y no pasó nada, pero si no fuera porque a algunos compañeros sí dispararon nos habrían matado a todos”, relató.
Arrancaron hacia el río Cato, usando la micro como escudo. Sin embargo, el alumno de cuarto medio, Bernardo Solís, corrió inexplicablemente en diagonal y una bala lo alcanzó en la espalda. Fue rematado en el mismo lugar.
El “Flaco Electricista” fue herido en un tobillo, por lo que se lanzó al agua y nadó lejos del grupo. “Tomó un taxi y se devolvió a Chillán”, relataron sin esconder su grado de molestia.
El grupo huyó por un potrero recién arado, por lo que corrían a duras penas. Más adelante, secaron sus ropas y Jorge Vera continuó solo rumbo a Calabozo, donde comprobó que, por el contrario de lo que pensaban, nadie los esperaba. Ni armas, ni provisiones, ni alimento, ni instrucciones, ni nada.
Siendo el grupo ya de solo 11 personas, dos de ellos, José Fernando Romero (hermano menor del “Oso”) y Rubén Varas Aleuy (aún a cargo del grupo) deciden separarse para ir a Minas del Prado, donde debían tomar contacto con un mirista que era trabajador de la Conaf (el” Negro Matus”). Pero fueron retenidos por un grupo de 35 campesinos, quienes llamaron a carabineros. Les dispararon. Sus cuerpos nunca aparecieron.
Los nueve restantes escucharon los balazos. “Pero no sabíamos en ese momento qué les habían disparado a Aleuy y a mi hermano”, relata el “Oso”. Encontraron guarida en la casa de un agricultor donde se enteraron que la fuerza del golpe era tan potente que “ya no había nada más que hacer”.
Decidieron separarse. Unos, como el “Oso”, optaron por volver a Chillán; y otros, como el “Perico”, buscaron irse a Argentina. Finalmente fueron detenidos, siempre delatados por alguien que los ubicaba, y condenados a 20 años y luego bajado a 5. Con la creación del artículo 504, lograron cambiar la condena por el exilio en 1977.
El “Flaco Electricista” murió de un infarto a los 60 años, y Rodrigo Cifuentes, otro de los 15, cayó como combatiente internacionalista en El Salvador.
La muerte de Fernando Carrasco y la de Bernardo Solís actualmente están siendo investigadas por el ministro Claudio Arias, de la Corte de Apelaciones de Chillán.
La micro Ford, redonda, era de esas color verde agua que había antes, en la década del 60. Estaba estacionada en el predio de su dueña, Uberlinda Otárola, quien fue visitada en la noche del 14 de septiembre de 1973 por cuatro jóvenes de no más de 22 años. Estaban armados.
Eran Jorge Vera González, Luis “Flaco” Veloso (electricista) y Fernando Carrasco, un chofer de taxi. Le dejaron más que claro a la mujer que la micro se la llevarían sí o sí.
“Fue expropiada, porque decir robada suena mal”, dice Uldarico “Perico” Carrasco, uno de los 15 miembros del MIR que abordaron el transporte con destino a Minas del Prado, lugar donde según les había comunicado del partido, los estarían esperando con armas y un grupo de trabajadores agrícolas para iniciar una resistencia que contribuiría a evitar que el golpe de Estado lograra retirar a la Unidad Popular del Gobierno.
Uldarico es el mismo que el pasado lunes asistió a la exhumación del cadáver de su hermano, Fernando, el taxista, quien iba al volante de esa micro cuando fueron recibidos a balazos por el personal de Carabineros del retén Niblinto.
“Perico”, junto a Jorge Vera y Luis Romero Lagos (detenidos en septiembre de 1973 y exiliados a Holanda) se reunieron con LA DISCUSIÓN para recordar el minuto a minuto de ese viaje que se inició como un “sueño de juventud” y terminó como un trágico y letal fracaso, que les mostró con frialdad que la Unidad Popular se hundió para no volver a flotar jamás en el país.
“Había dos planes. El primero era quedarnos en este sector de Ultraestación, donde estaba la toma ‘Por la Razón y la Fuerza’, que tenía a hartos compañeros del MIR; además habían silos con trigo y unas bodegas de la Empresa de Comercio Agrícola (ECA) donde había de todo. Ahora, si no se podía, ya teníamos vista la micro y sabíamos que eran 15 los designados por el partido para partir a la precordillera. No todos sabíamos a qué parte exactamente, una vez en la micro nos iban a decir”, recuerda Luis Romero Lagos, apodado el “Oso”, por su contextura, actual presidente de la agrupación Verdad y Justicia de Chillán.
Un día llegó un vehículo pequeño. Se bajó una persona a quien solo conocían por el apodo. Abrió el portamaletas y sacó dos revólveres, dos pistolas Mauser Prima, una pistola alemana calibre 38, una P31, un cajón con granadas caseras, una escopeta, tres rifles y un fusil M1. Ese era todo el arsenal con el que se supone deberían hacerle frente a las Fuerzas Armadas.
“Era ridículo, pero lo que pasó es que cuando ocurrió el golpe, todos los políticos que se supone que nos iban a organizar y a proveer de armas, se arrancaron sin pensarlo. Se supone que dentro del Ejército también habían elementos disidentes que se rebelarían y nos iban a colaborar, pero tampoco se manifestaron”, recuerda Vera González.
Parte la micro rumbo a la muerte
El plan B se ponía en marcha. Le cortaron los cables telefónicos a la dueña de la micro del recorrido Irene Frei - Escuela Normal, le dijeron que sería abandonada intacta cerca de Niblinto y se la llevaron hasta dejarla tras la estación de trenes.
La misión era que a las 23.00 horas sería abordada por los primeros cuatro miristas, quienes recogerían al resto en el puente Cato.
Por órdenes superiores del MIR, quien quedaba a cargo del grupo era un joven de 22 años, llamado Rubén Varas Aleuy (quien se hacía llamar Nelson Ugarte), “pero él no tenía ni la experiencia ni la instrucción militar que teníamos varios de los otros compañeros que íbamos arriba. No fue la mejor decisión, pero había que acatar las órdenes”, comentó Vera.
Y comenzó el sinfín de errores.
En primer lugar, los tramos hacia el Puente Cato nunca quedaron muy claros y los grupos se perdieron en el camino, lo que los retrasó al menos unas cuatro horas del plan original.
Una vez todos arriba, quien debía manejar la micro era el “Flaco Electricista”, sin embargo, confiado en su experiencia como chofer profesional, Fernando Carrasco tomó el volante, apagó las luces y se fue a máxima velocidad por la variante Nahueltoro para llegar a un cruce ubicado a no más de 50 metros del retén de Tres Esquinas, donde fueron vistos por los carabineros que ya estaban parapetados tras unos sacos de arena.
La dueña de la micro ya había avisado de la “expropiación” y en todas las unidades buscaban a la “micro llena de extremistas armados”. Sin embargo, los uniformados no abrieron fuego.
“Era obvio que iban a avisar a Niblinto, así que propuse a viva voz desviarnos por Calabozo. Lo malo es que el compañero que iba a cargo dijo que no, porque estábamos demasiado retrasados y pensó que si en Tres Esquinas no les habían hecho nada, en Niblinto tal vez tampoco. Pero se equivocó”, recordó “Perico”.
Cuando la micro estaba por cruzar el retén Niblinto, sienten la primera ráfaga de balazos. El primero en ser herido fue Fernando, a quien hicieron reposar en la pisadera. Más tarde sería llevado al retén, interrogado, torturado y muerto por el capitán José Jara Donoso, de la Sexta Comisaría de Chillán Viejo, quien habría descargado una ráfaga con su subametralladora en el estómago del taxista.
“Mi hermano me pedía ayuda, pero yo estaba atrás y las balas eran tantas que no podía ni moverme”, recuerda con pesar “Perico”, quien bajó por la puerta trasera, mientras Vera disparaba para forzar a los carabineros a parapetarse y cesar por algunos segundos la balacera.
Los pasajeros armados descubrieron que las granadas que llevaban no funcionaban y que el M1 que le pasaron al “Oso” Romero, encargado de proteger al grupo, estaba descompuesta. “Me paré, disparé tres veces y no pasó nada, pero si no fuera porque a algunos compañeros sí dispararon nos habrían matado a todos”, relató.
Arrancaron hacia el río Cato, usando la micro como escudo. Sin embargo, el alumno de cuarto medio, Bernardo Solís, corrió inexplicablemente en diagonal y una bala lo alcanzó en la espalda. Fue rematado en el mismo lugar.
El “Flaco Electricista” fue herido en un tobillo, por lo que se lanzó al agua y nadó lejos del grupo. “Tomó un taxi y se devolvió a Chillán”, relataron sin esconder su grado de molestia.
El grupo huyó por un potrero recién arado, por lo que corrían a duras penas. Más adelante, secaron sus ropas y Jorge Vera continuó solo rumbo a Calabozo, donde comprobó que, por el contrario de lo que pensaban, nadie los esperaba. Ni armas, ni provisiones, ni alimento, ni instrucciones, ni nada.
Siendo el grupo ya de solo 11 personas, dos de ellos, José Fernando Romero (hermano menor del “Oso”) y Rubén Varas Aleuy (aún a cargo del grupo) deciden separarse para ir a Minas del Prado, donde debían tomar contacto con un mirista que era trabajador de la Conaf (el” Negro Matus”). Pero fueron retenidos por un grupo de 35 campesinos, quienes llamaron a carabineros. Les dispararon. Sus cuerpos nunca aparecieron.
Los nueve restantes escucharon los balazos. “Pero no sabíamos en ese momento qué les habían disparado a Aleuy y a mi hermano”, relata el “Oso”. Encontraron guarida en la casa de un agricultor donde se enteraron que la fuerza del golpe era tan potente que “ya no había nada más que hacer”.
Decidieron separarse. Unos, como el “Oso”, optaron por volver a Chillán; y otros, como el “Perico”, buscaron irse a Argentina. Finalmente fueron detenidos, siempre delatados por alguien que los ubicaba, y condenados a 20 años y luego bajado a 5. Con la creación del artículo 504, lograron cambiar la condena por el exilio en 1977.
El “Flaco Electricista” murió de un infarto a los 60 años, y Rodrigo Cifuentes, otro de los 15, cayó como combatiente internacionalista en El Salvador.
La muerte de Fernando Carrasco y la de Bernardo Solís actualmente están siendo investigadas por el ministro Claudio Arias, de la Corte de Apelaciones de Chillán.
Foto: Archivo La Discusión
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