El verbo nacer (salir del vientre de la madre) viene
del latín nasci = “nacer”
I
Mi madre me contó que el día en que
nací había empezado a nevar. Nací en un hospital de la capital de Hungría,
Budapest. También me contó que el parto fue doloroso y que la hice sufrir
mucho. El parto fue natural. ¿Cuánto tiempo habrá tomado mi lucha
(¿Voluntariosa de instinto natural?) la de entrar a este mundo dejando mi
primer nido dentro de ella? Si su dolor no fue precisamente por el tiempo
extenso que tomó el parto, pudo haber sido, tal vez, por mi tamaño, peso y su
estrechez o la falta de dilatación suficiente. O todos esos aspectos en su
conjunto y otros que desconozco. Ahora me pregunto por su estado de ánimo,
emociones y vivencias hasta ese preciso día del martes 28 de noviembre de
1978.
II
Millones
y millones y millones de seres de distintas especies nacen a cada momento,
sobre lo que un humano ordinario puede apenas saber de pasada. Si es que apenas
sabe. Es común nacer (así como es común morir) y de esta manera no es
sorprendente que otros hechos se tornen más relevantes para la existencia: el
extravío de un calcetín, que el agua de la ducha no sale lo suficientemente
caliente, olvidar que las cosas se olvidan cada vez más seguido. Por otra
parte, la importancia del nacimiento está dado por ese ser que, cualquiera que
éste sea, vive y es. Silenciosa y magníficamente es la mínima expresión
de la existencia universal. Silenciosa y magníficamente es la mínima expresión
de vida, insustituible y necesaria para su posibilidad sobre la tierra ya sea
en forma de océano, montañas, praderas, bosques, cardúmenes, bandadas, nubes,
lluvias, granizo, humedales, praderas, familias y más.
III
Otra cosa que
mi madre hoy recuerda y que ha mencionado en reiteradas ocasiones es que, tras
el parto de mi nacimiento, su cuerpo quedó maltratado. A pesar de ello,
amamantarme fue fácil. Así fue como la leche abundante en sus mamas, mediante
un acto generoso, ayudó a calmar el hambre de otro recién nacido. Su madre, una
muy joven gitana, había sido ubicada en la misma sala del hospital en la que
nosotras estábamos, pero no lograba amamantar a su guagua. Como esa criatura
lloraba tanto, mi madre se compadeció, la tomó en brazos y le dio de su leche, hasta
satisfacerlo. Cualquier otra mujer recién parida podría haber hecho lo mismo
que mi madre, pero, su prejuicio sobre los gitanos se los impidió. A veces
pienso en la bondad de mi madre y que en alguna parte del mundo tengo un
“hermano de pecho”.
Imagino cómo
pudo haber sido el día en que nací a través de un recuerdo fotográfico propio
que acomodo en el tiempo a mi antojo. De niña, quizás, es lo que vi desde la
ventana de la cocina de nuestro departamento de la calle Nepún en Új Palota: Ya
casi a oscuras la calle solitaria está iluminada por los faroles. Un hombre de
abrigo, bufanda y sombrero cruza el parque de forma diagonal desde el paradero
del autobús en dirección a su casa. La nieve cae compacta pero liviana como
pluma. La nieve tiene olor (aroma) a frío y a tierra; en silencio todo lo cubre
y convierte blanca a la ciudad. Así nací, junto con la nieve.
Por Szilvesztre
Contacto szilvesztre1@gmail.com
1 de
septiembre de 2020
Un barco se encuentra apacible en un puerto. Pero para eso no son los barcos.
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