(¿Espejismo?) (Délibáb?)
Sentarme y no hacer nada.
Eso es hacer algo.
Fragilidad.
Törékenység.
I.
Aquel
día, aquella tarde no fue hace muchos días atrás. Fue una de las más bellas
existidas; es uno de los más bellos recuerdos míos.
La
ducha fue renovante para mi cuerpo y purificador. Vestí ropa deportiva ceñida y
cómoda, sin el mínimo maquillaje que a veces ocupo. Prescindí de la pedrería.
Todo más sencillo. Emprendería un viaje corto en bicicleta para vernos en su
casa y pasar un ratito juntos. Tras una semana larga de trabajo, era parte de
mi único día de descanso. Calculé el tiempo preciso para Ir con calma,
Estar con calma y Regresar con calma poco rato antes
del atardecer.
A pesar de que mis viajes en ´un par de ruedas´
hacia su casa ya los había hecho varias veces, me volvía a sentir nerviosa por
volver a vernos aún sobre la existencia de una mayor confianza nuestra y
afecto. No sé a qué número de veces correspondía ese pedaleo. Con los
auriculares puestos, en trayecto, escuché “Man From The Nile (Watch Them Come!)”
… Del otro tema no recuerdo el título. El paisaje urbano y urbano rural
conocido me pareció nuevo. Sentía-me segura y nerviosamente sonriente. Estaba
yo como niña contenta: Total.
A
pocos metros de la casa, por el caminito de tierra, bajé de la bici y caminé.
Torpemente pude quitar el alambre del cerco, entré cerré y saludé. El armónico
y femenino ´hola´ lo pronuncié apenas verlo trabajar. Se había asomado. ´¡Hola!´
Saludo armónico y masculino. Pasos lentos, decididos, tranquilos: encuentro en
el centro del trecho entre los dos, beso liviano en la boca y un abrazo.
Llevé
unos racimos de “uva pastilla” – una antiquísima vid que vive en el patio de la
casa de mis anecestros – y cuya denominación se la escuché muchas veces a mi
madre. Probar aquel dulzor se asemeja al de una pastilla de azúcar. Su hollejo
es levemente grueso, color concho vino envejecido; la uva es redonda, ni grande
ni muy pequeña. Es muy particular.
II.
Ambos,
de pie, en la parte posterior de las afueras de su casa me explicó en lo que
estaba: perfeccionando la parrilla para poder ser desarmada y limpiada
pulcramente después de cada uso, para ser complementado con una tabla para
picar y pudiendo ser enganchada (si es que es la palabra) a un brazo
mecánico para así poder ser movida en distintas direcciones desde su base,
de acuerdo a la necesidad de quien se encarga del asado. Me pareció interesante,
me entretuvo la explicación y me dio gusto nuevamente esa capacidad suya de
pensar, crear y concretar sus propios proyectos de ingeniería. Con esto yo sólo
en un segundo asemejé a lo que he hecho en mi vida últimamente. Como por
ejemplo la escritura que llevé por fin al paso de compartirlo públicamente por
vez primera (estando con él) a través del diario El Itihue en San Carlos. (Nota:
Estoy ´en deuda con la pintura´ únicamente por escasez de tiempo; la idea está,
no obstante. El cuadro latente es: Nosotros Dos sentados sobre el sillón
de mimbre roto, juntitos, de espaldas a la reciente puesta de sol completa,
solos, riendo, abrazados, gustosos en el Uno, de azul, rodeados de azul,
cubiertos con la manta azul, un beso… Aquella vivencia, en aquel presente me
recordó y me hizo pensar sentir que éramos la pareja de “El Beso” del cuadro de
Gustav Klimt” … con un filtro celofán azul.) … Y, en el entretanto del fin de su
exposición y, antes de ordenar las herramientas para tomar un corto descanso de
cara al sol por el poniente (suave brisa caldeadita que movía el pasto largo,
plantas y árboles creciendo) eché en su boca uvas mojadas; eché en la mía uvas
recién lavadas.
-
¡Mmm!
– con expresión de agrado por el sabor, con sonrisa de sorpresa por la novedad
del gusto.
-
¿Te
ayudo a ordenar? – pregunté.
Seguía siendo interesante pasar tiempo, así
también, con él.
-
¿Dónde
va esto? -yo tan bien dispuesta a colaborar.
El orden que tomaban los objetos en
la pared de la habitación ´del trabajo´ me recordó el orden que hacía mi padre
al terminar cada jornada en su taller mecánico y en el de sus esculturas. Esto
último en ningún caso es una comparación o semejanza de relación “Eléctrica”
(de Electra) de mi padre con el Hombre Hermoso. Se trata de una infinitésima
grata coincidencia. Porque también yo soy (¿Muy?) ordenada. Quien me conoce aún
poca, lo sabe.
Llegó
un momento en que preferí que terminara de organizarlo todo solo. Me había
fijado en el agua estancada de hace tantos días. Con sus indicaciones dejé
correr el agua usada de la tina de loza de la terraza que sobre todo invitaba a
los zancudos a pasar noches con él (los zancudos que siempre le han tenido
ganas).
-
Le
gustas a los zancudos – reiteré. Lo había escuchado muchas veces despotricar
contra sus picaduras. Me parecía divertida la situación. Era como reírme de mis
propias desgracias de ese tipo. (El humor verdadero, aquella capacidad de
reírse de uno misma).
Aprendí
cómo drenar el agua de la tina: de cuclillas, mis hombros y cuello largo
desnudo entre la holgada polera gris clara. Al levantar la vista encontré sus
ojos destellantes, su rostro reflejó con exactitud con lo que estaba agradado.
-
Te
ves bien trabajando – pronunció con travesura sexy.
-
¡Ya
weón!... – Sonreí. Me dio vergüenza rica cómplice, de esa vergüenza de
adolescente que inunda el rostro como lava que se desliza y acalora el rostro.
III.
Vaciada la tina, enjuagada con un
poco de agua que quedaba de su botella y con un escobillado de escoba
quedó bien, bien limpia. En la pausa con cerveza compartida le conté por qué y
cómo llegué a visitar a don Eduardo al hospital sin caer en un extendido y
autorreferente - egótico y latero relato tipo “Pablo Verdugo”.
¡Jajajajaj! … ¡Jajaja!!! Lo siento, no puedo dar a conocer el nombre verdadero
de ese Pablo a quien me refiero porque con ustedes, quienes leen, vivimos en
una ciudad con características de “pueblo chico, infierno grande” y además, sin
contar con una contextualización, podría herir injustamente al implicado y
exponerlo.
Silencio.
… Me estiré hacia atrás; me molestaba mi cuello tenso. Él frente a mí, al
volver a mi posición sentada y erguida. Me observó. Un segundo. Silencio.
Permanecía el placer y el deseo constante.
Habiendo
calzado sus bototos, tomó la pala y partió a despejar el canal por donde
correría el agua de la tinaja de madera regando lo verde del monte. Yo
continuaba sentada: agradecí agradecí agradecí. El sol perpetuo tibio en
mi rostro, escuchaba el palear. Quité mis calcetines cortos y recorrí sus
huellas invisibles por intuición. Lo ví y me dio la bendita gana, tras él, de
quitar con las manos los detalles de maleza que iba dejando al avanzar sobre el
(la) canal de tierra.
-
¿Sabías
que en muchas culturas de sociedades aborígenes del altiplano la limpieza de
los canales de regadío fue, ha sido y sigue siendo una actividad comunitaria,
un rito? – pregunté.
-
¿Un
mito?
-
No,
un rito.
Silencio. Mantenido trabajo de él delante de
pie, yo atrás, a metros, de rodillas e inclinada sobre el suelo...
-
Hace
tiempo que no trabajaba con la t(T)ierra. – dije gustosa.
-
¿Cierto
que es rico? - gritó
-
¡Sí!
Como cuando cabra chica…
IV.
Caí en la cuenta que pronto tendría
menos luz para regresar sosegadamente a mi propio refugio. Quería quedarme más.
Lavé mis manos y me alisté para partir. Como había quedado trabajando, le llevé
la cerveza aún fría que no fui capaz de seguir bebiendo. Lo abracé por detrás, afirmé
mi mejilla derecha en su espalda, el sudor que traspasaba su polera manga larga
lo percibí tremendamente exquisito.
-
¿Te
parece si nos damos un chapuzón en el agua? – dijo entusiasmado.
-
No
puedo. Quiero estar contigo. También quiero estar con Origen a quien por estos
días le he dedicado poco tiempo.
-
Gracias
por haberme dado parte de tu tiempo, gracias por venir.
-
¿Sabes
por qué lo he hecho?
-
¿Por
qué?
-
Porque
te quiero mucho. Sólo por eso. ¡Te quiero mucho! – pensé un segundo y asimilé.
¡Oh! ¡Me salió como cuando con afecto y sin dudas nos decimos eso con Origen!
“¡Te quieeerooo!”.
Nos reímos de ternura.
-
Toma.
– Se dio la vuelta y le pasé el vaso.
Nos besamos.
-
Mira,
encontré un cactus. – esa pequeñez la dejó en mis manos.
-
Lo
llevo a la casa.
-
Sí.
Lo enterré al lado de uno de menos
de medio metro de altura en un macetero. ¿Cómo no regarlos un poco si estaba
tan seca su tierra?
Él a mi lado, otra vez a besarnos.
Tenía que marcharme (total, volveríamos).
Tomé la bicicleta y caminé hasta el cerco. Otra
vez, aún más desmañanada, intentando abrir, para salir y cerrar. Enredo con el
cerco y el alambre. Afortunadamente corrió a “socorrerme”.
-
Gracias,
estaba tan torpe. Lo necesitaba. – mis pestañas como aleteo detenido de
mariposa que reposa sobre una flor y se energiza con Ra.
Risitas nuestras.
Otros nuevos frescos besos sabrosos.
Seguros. Cariñosos.
(Total, volveríamos…).
V.
De camino, el perro Tomás y su
amigo.
Faltaba poco para la caída del sol
definitivo.
Y sobre el camino asfaltado,
pronuncié lo que sentí pensé desmalezando:
Estoy evaporada
Estoy feliz
Estoy enamorada
Me vengo evaporada
Me vengo feliz
Me vengo enamorada
(Nota: (Esto también se lo
escribí como contestación en el wsp. Quiso saber cómo llegué a casa.
Y lo escribí en mi libretita.
Tengo un montón de libretitas de todos los tamaños.))
Todo esto hace justo una semana atrás.
17 de marzo de 2024, San Carlos (Ñuble)
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